El cambio climático es una realidad y la naturaleza nos está dando señales potentes. Por ejemplo, hasta hace algunos años, los veranos eran más húmedos y templados, con algunos episodios de temperaturas sobre los 30º, sequías esporádicas y con la presencia de precipitaciones que le echaban a perder las vacaciones a varios y a quienes cosechaban cereales.
Hablar de estrés calórico en el rebaño parecía un fenómeno más de zonas históricamente calurosas. Pero, la investigación fue mostrándonos que es un fenómeno más que presente. Y que la combinación de altas temperaturas y humedad pueden provocar, primero, incomodidad y, con el tiempo, disminución del bienestar animal que generará pérdidas productivas.
Por eso, desde el área de Producción de Leche del Consorcio Lechero, queremos recordar este tema y contribuir a generar conciencia.
A diferencia de los caballos, los humanos y otros animales, las vacas no sudan, y se valen de otros mecanismos para responder a las temperaturas por sobre su nivel de tolerancia natural. Esto les demanda consumo de energía que se distrae de su producción de leche. Aumentan su frecuencia respiratoria y su metabolismo para ir refrescando la sangre mediante la circulación del aire en su cuerpo. Cuando este proceso no es suficiente para restablecer su estado normal, comienzan a jadear, lo que indica que entran en fase de riesgo.
El estrés calórico afecta a las vacas lecheras en la reducción del consumo de alimento y en una disminución en la eficiencia de conversión de alimento a leche. Impacta la salud mamaria, provoca pérdida de peso y de condición corporal, deterioro del desempeño y de los índices reproductivos, aumento del riesgo de enfermedades y disminución en la producción de leche en litros, así como en el porcentaje de grasa y proteína, junto a un aumento en el recuento de células somáticas.
Las vacas en estrés calórico sufren un balance energético negativo, ya que el consumo de alimento no cubre las necesidades energéticas de mantenimiento ni de lactación.
La disminución del consumo de alimento explica solo un 36% de la reducción en la producción de leche, la cual puede caer hasta un 35-40% con respecto a la situación de no estrés. La reducción del consumo de alimento se da un día después de comenzado el estado de estrés calórico, mientras que la disminución en la producción de leche ocurre dos días después. La mayor caída se da luego de 48 horas de iniciado este cuadro.
Es importante establecer medidas de mitigación tanto a nivel de potrero como de patio de espera y corrales. Esto significa sombra durante el pastoreo y la espera a la ordeña, y ventilación apropiada en corrales y patios de alimentación. Reducir el estrés calórico significará dejar de perder entre un 11 a 12% de la producción de leche, que son recursos que se dejan de ganar.
¿Y en preparto?
Dar sombra en preparto permitirá evitar la pérdida de producción de leche en la lactancia siguiente; significará reducir problemas en la crianza del ternero, en su calidad y en la producción de hembras nacidas de vacas bajo estrés calórico durante la preñez.
En lo productivo, baja la producción de leche, los sólidos y aumenta la producción de células somáticas. Hoy se investiga el efecto que tiene el estrés térmico en la cría que se está gestando en un útero que está caliente: en la vaca que sufre estrés térmico y que está gestando, el feto también se verá afectado. Serán animales con menor peso al nacer, lo que llevará a que tengan menor absorción de inmunoglobulinas a nivel de intestino, con más problemas de salud y propensos a salir del rebaño antes, incluso antes de entrar en la etapa productiva.
Incluso, el estrés térmico es capaz de modificar las expresiones de ciertos genes. Lo peor es que ese efecto puede llegar a las nietas y bisnietas del ternero que se gestó en un útero caliente.